martes, 29 de mayo de 2012

Hombre



Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!


Blas de Otero
Ángel fieramente humano, Ínsula, Madrid, 1950

lunes, 28 de mayo de 2012

La bandera de Annecy




Pelearon tres años por sus ideas o porque no les quedaba más remedio y luego, derrotados y exhaustos, cojeando de sus heridas, temblando bajo mantas raídas y a veces llevando con ellos a sus viejos, sus mujeres y sus zagales, se internaron en Francia con un poco de tierra española en el puño que llevaban en alto hasta que los gendarmes de los campos de concentración les obligaron a soltarla a culatazos. Pasaron miseria en Argelés, construyeron fortificaciones o se alistaron en la Legión Extranjera y los batallones de marcha. Luego vinieron los alemanes y toda Francia se fue a tomar por saco, y se encontraron fugitivos, entre dos fuegos, sin otra salida que echar mano a los fusiles que tiraban los soldados en retirada y vender cara su piel. Lucharon en el maquis, escaparon a Inglaterra cuando Dunkerque, fueron detenidos por los alemanes o entregados por los mismos franceses, murieron en los campos de exterminio nazis, liberaron Francia y combatieron en suelo alemán, y algunos, una pequeña parte de los que cruzaron los Pirineos en 1939, aún quedaron para contarlo.





No hay nada glorioso en la guerra. Sólo dolor, sangre y mierda. Los monumentos y los homenajes y las banderas y las fanfarrias los barajan aquellos hijos de puta que nunca estuvieron en un agujero lleno de barro, con el miedo en los ojos y la boca seca, ni jamás tuvieron que salir de allí para correr ladera arriba en nombre de vaya usted a saber qué, con la metralla zumbando por todas partes, cuando no te importa ni el lugar de donde vienes ni el lugar adonde vas, y sólo ansías correr, y correr, y correr hasta que todo termine de una puñetera vez. Pero, incluso sabiendo todo esto, cuando repaso las fotos de esos fulanos morenos, mal afeitados, que me miran desde el papel amarillento y la distancia de cincuenta años, no puedo evitar un estremecimiento, y que me venga a la boca una sonrisa agridulce, quizá tierna. Una sonrisa instintiva, de orgullo solidario. A fin de cuentas eran mis paisanos, y no se dejaron degollar por ahí afuera como borregos. Estaban solos, abandonados, fugitivos, nadie daba un duro por ellos, y España y el resto del mundo miraban hacia otro lado. Ya no tenían ningún sitio adonde ir, así que se quedaron de pie y pelearon. Con su colilla en la boca y un par de cojones.

Arturo Pérez Reverte
Patente de Corso

El Semanal, 30 de abril de 1995



sábado, 19 de mayo de 2012

Rocroy

`Rocroi. El último tercio´ narra -pintar con talento es una forma de narrar tan eficaz como otra cualquiera- la situación en el campo de batalla de Rocroi hacia las diez de la mañana del 19 de mayo de 1643, cuando los veteranos de la destrozada infantería española, formando el último cuadro, esperaban impasibles el ataque final de la artillería y la caballería francesas. Último ataque, éste, que no llegó a producirse. Admirado el duque de Enghien por la resistencia de los españoles -murallas humanas, los llamaría Bossuet- permitió a los supervivientes capitular con todos los honores, en los términos que se concedían a las guarniciones de plazas fuertes.



(clickar sobre la imágen para ampliarla)




Rocroi. El último tercio - Augusto Ferrer-Dalmau






El soldado ciego con una espada en la mano, al que un compañero mantiene de pie y vuelto hacia el enemigo; los que rematan sañudos a los franceses moribundos; el tranquilo arcabucero que sopla la mecha para el último disparo; el desordenado palilleo de picas que eriza la formación, tan diferente a las victoriosas lanzas que pintó Velázquez. Y sobre todo, la expresión de los soldados que miran al enemigo-espectador con rencor asesino. Acércate, parecen decir. Si tienes huevos. Ven a que te raje, cabrón, mientras nos vamos juntos al infierno. Realmente da miedo acercarse a esos hombres; y uno entiende que les ofrecieran rendirse con honor antes que pagar el precio por exterminarlos uno a uno.


Arturo Pérez Reverte














miércoles, 16 de mayo de 2012

La Albuera, 1811

Arturo Pérez Reverte
Como español -cada cual nace donde puede, no donde quiere- estoy harto de que todos los historiadores y novelistas británicos, barriendo para casa, describan a los marinos y soldados de aquí como chusma incompetente y cobarde que olía a ajo. Por eso, cuando tengo ocasión de recordar algún lance donde a los súbditos de Su Graciosa les rompieran los cuernos, disfruto como gorrino en bancal de zanahorias.

En plena Guerra de la Independencia, 34.000 españoles, ingleses y portugueses se batieron allí durante cinco horas con 23.000 franceses que iban a socorrer Badajoz, rechazándolos. Dos brigadas británicas fueron casi aniquiladas; las tropas españolas, registrando incluso las cartucheras de los muertos, mantuvieron la línea frente a los asaltos franceses, y en el campo quedó muerto o herido uno de cada cinco combatientes. La Albuera fue una de las más sangrientas batallas de la guerra de España. Y por supuesto, desde los historiadores ingleses de la época -Napier, Londonderry, Oman- hasta los de ahora, todos coinciden en atribuir a sus tropas el peso de la batalla, dejando a los españoles, como también ocurrió con la batalla de Chiclana, en un modesto y aseadito segundo término.

Sin embargo, la realidad fue otra. Cartas y relatos de testigos, ingleses incluidos, permiten hoy establecer lo que realmente ocurrió en La Albuera. José Manuel Guerrero Acosta se ha tomado en los últimos años el trabajo de desempolvar todos esos partes de guerra.

La brigada inglesa fue destrozada, además de otra que andaba por allí. Asumir un error táctico de ese calibre, dos brigadas de Su Majestad pasadas por la cuchilla de picar carne, era duro de tragar para Wellington. Y cuando leyó el parte donde el general Beresford contaba lo ocurrido, exigió otro donde se omitiera la desastrosa maniobra, así como el hecho de que los españoles resistieron a solas los dos primeros asaltos. Quería algo que sonase más a tenaz y heroica resistencia inglesa. Y esa segunda versión, adecuada al orgullo nacional británico, fue la publicada por la prensa y adoptada oficialmente en los libros de Historia.

Historiadores y novelistas británicos llevan doscientos años asegurando que, en la guerra peninsular, las tropas de Napoleón fueron derrotadas sólo por Wellington; a veces, eso sí, con la colaboración -a regañadientes, por supuesto- de la miserable chusma española que, en las siempre gloriosas y heroicas batallas inglesas, se limitaba a llevarle el botijo.

viernes, 11 de mayo de 2012

Mujeres artistas, las "olvidadas"

Ángeles Caso - EL PAÍS, 8-3-2012

“El arte es ajeno al espíritu de las mujeres,
pues esas cosas solo pueden realizarse con mucho talento,
cualidad casi siempre rara en ellas”
Boccaccio



Hace 25.000 años, en algún lugar cercano a lo que hoy llamamos el mar Cantábrico, un grupo -¿de hombres?- se abrió paso monte arriba entre los acebos y los tojos, camino de una gruta en cuya oscuridad se adentraron. Aquella mañana milagrosa, sobre las paredes de la caverna dejaron la representación pintada o grabada de los animales de su entorno, caballos, bisontes o ciervos. Y una curiosa cantidad de siluetas de manos, que lograron hacer colocando sus palmas contra la piedra y escupiendo alrededor pigmento de ocre.










Ahora, un programa informático diseñado por científicos del Centre National de la Recherche Scientifique ha demostrado que algo más de la mitad de esas siluetas corresponden, por sus medidas y su morfología, a cuerpos femeninos. Las mujeres estuvieron allí, y podemos suponer que participaron igualmente en la representación de otras figuras. En el paleolítico hubo mujeres “artistas”, que pintaron en las grutas entremezcladas con los hombres.

El códice de los Comentarios al Apocalipsis de Beato de Liébana, que se conserva en la catedral de Gerona, es una obra maestra del género. El libro se terminó el 6 de julio de 975 en el scriptorium del monasterio de San Salvador de Tábara (Zamora), y está firmado por “Emeterio, monje y sacerdote” y “
Ende, pintora (pictrix) y sierva de Dios”. Un primer nombre de mujer para la historia del arte español.






Ahí están, como pequeños rayos de luz lunar en ese universo mayoritariamente masculino, Sofonisba Anguissola (1532-1625), que durante 13 años retrató a los miembros de la familia de Felipe II. Lavinia Fontana (1552-1614), que pintó para el Papa Clemente VIII y llegó a cobrar por sus retratos lo mismo que el gran Van Dyck. Artemisia Gentileschi (1593-1652), que ganó tanto dinero con sus espléndidos cuadros que pudo casar a sus hijas con nobles españoles, previo pago de enormes dotes. Judith Leyster (1609-1660), que alcanzó un gran éxito en Holanda. Luisa Roldán, La Roldana (1652-1704), exquisita escultora de cámara —el máximo honor de la época— de Carlos II y de Felipe V. Rosalba Carriera (1675-1757), favorita en muchos palacios e introductora de la técnica del pastel en la Francia del rococó. Angelica Kauffmann (1741-1807), que se enriqueció en Inglaterra con sus obras neoclásicas. Elisabeth Vigée-Lebrun (1755-1842), retratista preferida de María Antonieta y codiciada por la nobleza de toda Europa.






Son únicamente algunos nombres del notable grupo de mujeres que precedieron a las impresionistas y post-impresionistas —Berthe Morisot, Mary Cassat, Eva Gonzalès, Camille Claudel, Lluïsa Vidal o Suzanne Valadon— y a las artistas de las primeras vanguardias. Solo entonces, a finales del siglo XIX, cuando la condición femenina comenzaba lentamente a cambiar, empezaron a aparecer en las escuelas de arte decenas de muchachas que aspiraban a convertirse en artistas, ya no como “rarezas”, sino como auténticas iguales y colegas de los hombres.






La presencia femenina en el mundo de las artes europeas fue rara hasta finales del siglo XIX, igual que lo fue en cualquier otra actividad que supusiera beneficios cuantiosos y prestigio social. Todas esas mujeres fueron reales. Existieron. Pintaron o esculpieron. Y triunfaron. La gran pregunta es por qué no aparecen en la mayor parte de los libros de historia del arte. Y por qué no vemos sus obras en los museos. Supongo que la respuesta la tienen los hombres que, mayoritariamente, han ejercido como historiadores, críticos y conservadores hasta tiempos muy recientes.


De genios y Musas

Lyubov Popova

jueves, 3 de mayo de 2012

Las Eta Acuáridas

Las eta Acuáridas se ven mejor desde el hemisferio sur del planeta. Este año pueden verse del 18 de abril al 27 de mayo, siendo su máximo el 5 de mayo.

"Cada meteoro eta Acuárida es un trocito del Cometa Halley que hace una caída en picada suicida en nuestra atmósfera", explica Bill Cooke, un astrónomo de la NASA.

Mensajero de épocas tempranas del universo, el Cometa Halley completa una órbita alrededor del Sol cada 76 años. Cada vez que pasa cerca del Sol, el intenso calor solar evapora aproximadamente 6 metros de hielo y rocas del núcleo del cometa. Las partículas residuales de este proceso, cada una del tamaño aproximado de un grano de arena, se esparcen a lo largo de la órbita del cometa, llenándola así de minúsculos meteoroides.

"Aunque el Cometa Halley se encuentra por el momento en las profundidades del sistema solar exterior, y no regresará a la Tierra hasta el año 2061, nos deleita con una lluvia de meteoros dos veces por año, cuando nuestro planeta pasa por la nube de residuos".

El nombre de Eta Acuáridas se debe a que su radiante parece yacer sobre la constelación Acuario, cerca de una de sus estrellas más brillantes, η Aquarii.

martes, 1 de mayo de 2012

La ciencia es apátrida

Un investigador que trabaja en un pequeño instituto de la calle Serrano de Madrid, un poner, publica sus contribuciones al conocimiento, sin prever que alguien, en otra parte del mundo, hace uso de ellas para desarrollar una aplicación merecedora de protección por patente.


"No existe una ciencia nacional, de la misma manera
que no existen tablas de multiplicar nacionales"
A. Chejov


"La ciencia y el arte pertenecen a todo el mundo y ante ellos
se desvanecen las barreras de la nacionalidad"
W. Goethe

Los estados nación son artefactos de creación bastante reciente, que empezaron a tomar cuerpo a mediados del siglo XVIII y cuajaron ya de manera inconteniblemente exitosa en el siglo XIX, prolongando su vigencia a lo largo del sangriento siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI.

Su aportación a la historia de la humanidad es de compleja valoración, pero se podría destacar en ellos, sobre todo, su eficaz contribución a la matanza de decenas de millones de personas en la flor de la vida, personas que sin la existencia de esos inventos legitimadores de la violencia fratricida, igual habrían llegado a la ancianidad.

JAVIER LÓPEZ FACAL
La ciencia es apátrida

El público prefiere...