domingo, 14 de mayo de 2017

Artemisia y el odio

Artemisia Gentileschi aprendió el oficio en casa y tuvo ocasión de perfeccionarlo en Florencia, bajo la protección de Cosme II de Medici. Se convertía así en la primera mujer que accedía a la Academia de Pintura y en el asombro de una ciudad “moderna” en la que pudo entablar amistad con Galileo Galilei.






Artemisia, hija del pintor florentino Orazio Gentileschi, fue violada por uno de los maestros que se ocuparon de instruirla, Agostino Tassi. Las penurias y las torturas que hubo de sufrir hasta prosperar la denuncia convirtieron el arte en un espacio de justicia más o menos subconsciente, un lugar donde Artemisia ejercía de pintora y de tribunal de los hombres.



Artemisia Gentileschi - Judith Beheading Holofernes - WGA8563.jpg


La artista romana acudía una y otra vez al mito de Judit y de Holofernes, al sacrificio del Bautista, al martirio que Jael infligió a Sísara, un capítulo gore del Antiguo Testamento que recrea la frialdad de la heroína judía clavando un cincel en la cabeza del general del ejército de Canaán.

El tenebrismo proporciona un contraste elocuente al criterio teatral de Gentileschi. No puede ser más explícita ni más abundante la sangre que mana de la garganta de Holofernes en el lienzo de 1613, como no puede ser más parecido el rostro de Judit al de la propia Artemisia.






Se hacía justiciera la pintora, vengaba en los lienzos los obstáculos de una carrera contra corriente que la ha transformado en mito del feminismo por su capacidad emancipadora, por su valentía, por su independencia, por su vocación viajera -Nápoles, Venecia, Londres- y por el respeto que llego a adquirir en la fiebre estética del barroco italiano.

Rubén Amón @ELPAIS

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