sábado, 2 de septiembre de 2017

Isaac Peral


El submarino fue botado en Cádiz el 8 de septiembre de 1888. Diez años más tarde, España perdió su doble estatus como potencia naval y colonial cuando fue barrida por la con una facilidad insultante. Para entonces, tanto Isaac Peral como su submarino habían corrido una suerte paralela. El inventor había muerto en 1895 en Berlín, ciudad a la que había viajado para operarse de un cáncer de piel. Tenía 43 años y había renunciado a su sueño de seguir construyendo submarinos. Desmoralizado y harto de zancadillas, pidió la baja en la Armada, que ni siquiera le concedió una pensión.

En cuanto a su submarino, se pudría literalmente en el arsenal gaditano de La Carraca, expoliado de sus elementos de valor y usado como retrete por el personal del astillero.


El "Submarino Peral" durante las pruebas de Navegación. Cádiz, 1889. 



Isaac Peral y Caballero nació en Cartagena (Murcia) en 1851, donde estaba destinado su padre, capitán de Infantería de Marina. Ingresó en la Marina a los 14 años. Navegó en 32 buques. De sus 25 años de servicio, 16 los pasó embarcado. Alcanzó el grado de teniente de navío. Pasó apreturas para mantener a su mujer y sus cinco hijos.

Fue un hombre de ciencia. Realizó cartas hidrográficas. Publicó trabajos sobre álgebra, geometría y huracanes. Cayó enfermo cuando un barbero le cortó por accidente una verruga en la sien y desde entonces se dedicó a la docencia. Era un pionero de la electricidad. La idea del submarino surgió en 1885, cuando la Marina Imperial alemana amenazó con bloquear islas españolas en el Pacífico

Consiguió que el Gobierno aceptase su proyecto, que resultó muy polémico y tuvo apasionados defensores y detractores. Él mismo diseñó los planos, aunque no era ingeniero naval; y sería también el comandante del sumergible, que tenía una dotación de 12 hombres. Costó 300.000 pesetas de la época, cuando el precio de un acorazado rondaba los 40 millones.

El día de la botadura la expectación era enorme. Y también el escepticismo. Un ingeniero pidió al general Montojo que prohibiese el acto. Peral pintó una línea con yeso en el casco y aseguró que el agua no la rebasaría. Y así fue. La maniobra fue un éxito y comenzaron las pruebas de mar. En los meses siguientes el submarino realizó una inmersión, siguió el rumbo fijado, lanzó torpedos… Pero el Gobierno canceló el proyecto. «No pasa de ser una curiosidad técnica sin mayor trascendencia», dictaminó el informe que lo sentenciaba.

No solo eso, Peral fue arrestado por un incidente absurdo. Viajó con su mujer a la Exposición Universal de París. Tenía permiso del capitán general de Cádiz, pero no el del ministro de Marina. Pasó dos meses en una celda. Pero su fama ya era tal que el ministro se vio obligado a ponerlo en libertad sin cargos.







«Los ingleses le pusieron un cheque en blanco para que trabajase para ellos, pero era un patriota y se negó». «El submarino -dijo- será para España o para nadie». Siguió inventando: un proyector, una ametralladora eléctrica, un varadero múltiple… Fundó una empresa para instalar alumbrado público en ciudades. Pero incluso entonces se topó con la incomprensión. «Quien pasee por la calle tendrá tremendos encontronazos con los malditos palos», publicó un periódico.

Las autoridades españolas consintieron el espionaje, por mucho que Peral protestara. Las grandes potencias tenían barra libre para ver los trabajos. Incluso un oscuro traficante de armas, Basil Zaharoff, habría conseguido al parecer los planos. Ingenieros alemanes reconocerían más tarde que el proyecto de Peral les sirvió de modelo para construir la flota que causó estragos en la Primera Guerra Mundial.

"Isaac Peral, el visionario hundido" @ABC



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