Llegó a España con 21 años y ya nunca se quiso ir, excepto durante el duro paréntesis de la Primera Guerra Mundial, que pasó entre Bélgica y Holanda, muy afectado por el conflicto y las heridas de su hijo. Cuando murió en 1934 en su casa de Herrerías, en Cuevas del Almanzora —donde desarrolló su primera obra de ingeniería junto a su hermano Henri: la conducción de agua potable a la localidad, una infraestructura providencial en un lugar maltratado por la sequía y la aridez—, había acumulado un legado impresionante en libros, documentos y piezas arqueológicas, excavadas en paralelo a su actividad profesional.
En 1928 donó parte de su colección al Estado español. Miles de piezas que hoy custodia el MAN y que no acabaron en Estados Unidos por la firmeza del ingeniero.
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