El sueño (1533)
En el invierno de 1532, el genio inmenso, indomable, incluso arisco, de Miguel Ángel Buonarroti, capaz de plantar cara a las órdenes del mismísimo Papa, se rendía incondicionalmente ante los encantos de un noble romano que apenas había abandonado la adolescencia. El maestro renacentista contaba 57 años y se hallaba en el cenit de su carrera cuando conoció a Tommaso Cavalieri, dotado de extraordinaria belleza, exquisitas maneras y una mente cultivada, en la corte de Clemente VII. De aquel encuentro nació un amor que se prolongaría a lo largo de tres décadas, plasmado en una serie de cartas, poemas y, sobre todo, de los dibujos más perfectos que concibiera el pulso del artista como regalo a ese joven objeto de su deseo.
"Si este boceto no te complace, dímelo a tiempo para que haga otro mañana por la noche", escribe Miguel Ángel al pie de uno de los tres primeros dibujos que, de regreso a Florencia, envía a Tommaso con la escenificación de la caída de Phanteon. El resultado más logrado de sus desvelos fue el desnudo idealizado de un joven recostado sobre un globo terráqueo, el rostro de perfil encarado hacia una figura alada, que ejecutó en 1533, un año después de conocer a Cavalieri. Se trata de El sueño, obra maestra del autor y pieza estelar de la exposición en la Courtauld Gallery de Londres, que destila toda su destreza e inventiva artística.
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