miércoles, 7 de abril de 2010
Guatemala, el paraíso de los canallas
LAURA ESQUIVEL 24/01/2010
Cómo engañan los ojos del cuerpo. Qué limitada es su visión. Siempre pienso en eso cuando subo a un avión. Desde lo alto del cielo, la percepción de las cosas cambia por completo. Me gusta subir sobre las nubes, sobre las ataduras humanas, y confirmar que nadie puede limitar la libre circulación de las partículas por el aire, el viaje del sonido por el espacio ni la proyección de los rayos del sol a través de la atmósfera de la tierra. Voy camino a Guatemala y el azul del cielo me obliga a recordar el añil que tanto usó la cultura maya para decorar sus hermosos palacios y sus grandiosas pirámides. Me acordé de Palenke y Tikal, de Chichén Itzá y Calakmul, de ese color azul que representaba, entre otras cosas, la intención de los mayas de encontrar la Puerta del mundo en la oscuridad absoluta, donde habitaban los ancestros, la Cueva de donde la Montaña Sagrada hizo brotar el agua del Inframundo y con ella la Creación entera; en pocas palabras, la necesidad sagrada y profana de ubicar el punto exacto en que los mundos, todos los mundos, se comunican haciéndose uno. Me gusta esa idea. La idea de una totalidad que a todos nos abarca, que a todos nos incluye y nos mantiene unidos en un lugar en donde no existen las fronteras. Hace tiempo que me estorban las fronteras. Si miramos desde lo alto del cielo, es imposible distinguir la línea que separa Guatemala de México.
¿Quién, sino alguien que hace tiempo no forma parte de una colectividad, podría ser capaz de mutilar, violar, decapitar a otro? Quién sino uno que hace mucho hicimos a un lado y que nunca nos ha preocupado en realidad.
Tal vez ésa es la respuesta: la separación. Quizá de ahí viene todo el problema. Nadie puede agredir lo que considera suyo. Sólo quien se concibe como ajeno a un grupo social puede atacarlo. Sólo quien se concibe separado, desterrado, desamparado, puede ser capaz de ver como enemigos a sus hermanos y asesinarlos.
Organizaciones van y organizaciones vienen. Profetas van y profetas vienen y aún no hemos podido evitar los ataques y los asesinatos porque creer es crear y mientras sigamos creyendo en la violencia como manera de solucionar nuestros problemas, seguiremos creando violencia. Y la violencia provoca miedo, y el miedo, desconexión, y la desconexión, deseo de no pertenencia a un grupo social. Desde mi punto de vista, el cáncer que ataca a Guatemala y a México es un cáncer que no va a desaparecer sólo con nuevas leyes y nuevas penalizaciones, sino con una nueva manera de mirar la realidad que nos regrese al concepto del Inlakesh: lo que te hago a ti me lo estoy haciendo a mí mismo porque somos uno. Lo que quiero para mí es lo que a ti te doy. Recuperar esa sabia manera de concebir el mundo que los mayas tenían seguramente nos ayudaría a vivir de manera pacífica. Curiosamente, en el budismo se le llama maya a la ilusión que provocan nuestras percepciones. Buda pudo despertar del sueño cuando cerró sus ojos. Fue en ese estado de meditación cuando supo quién era y restableció su conexión con la fuente que lo creó -la misma que nos mantiene a todos en unión-. La invitación sigue ahí, las palabras de los profetas siguen ahí, en ese campo de información que nos rodea. Sólo tenemos que entrar en contacto con él para, al igual que los mayas, ver más allá de nuestros ojos y darnos cuenta que formamos parte de un todo indivisible.
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