lunes, 11 de octubre de 2010

De reos y esclavos

Hasta hace poco la homosexualidad era un delito castigado con la pena capital, la esclavitud fue legal hasta mediado el siglo XIX y muchas de nuestras abuelas nacieron en países donde las mujeres no tenían derecho a votar.

Son prácticas sobre las que ya existían señales de que serían condenadas en el futuro, que se defendían no con argumentos morales, sino de tradición o necesidad, y que podían ser objeto de una "ignorancia estratégica".

Contemplando esos horrores, es fácil preguntarse: '¿En qué pensaba la gente?'. Y es muy probable que nuestros descendientes se hagan la misma pregunta, con la misma incomprensión, sobre algunas de nuestras prácticas de hoy.

Habría que estar atentos, sobre todo, a las que se defienden con argumentos de "necesidad". (¿Cuántos defendieron históricamente, con malestar moral pero con convicción, que la economía no podría funcionar sin mano de obra esclava?).

Esta es una época en la que la "necesidad" se esgrime a diestro y siniestro, por políticos y economistas, a veces de manera contradictoria, pero en general en una misma dirección: anular avances ciudadanos y sociales logrados, fundamentalmente, en la segunda mitad del siglo XX. Es seguro que la crisis desatada a principios del XXI por actividades financieras descontroladas va a exigir cambios y que esperar otra cosa es engañarse e ignorar hechos indiscutibles. Pero "el problema no es el Estado de bienestar, sino la crisis financiera".

¿Por qué nos condenarán las futuras generaciones? (Kwame Anthony Appiah)

¿Nos condenarán por haber dejado que se redujera sustancialmente el progreso social "por necesidades" que quizás no sean ciertas, sino cómplices?

Quizás por lo que se nos condene sea por haber permitido salidas fáciles, reformas mezquinas y cambios más ideologizados que argumentados, y por no haber impulsado reformas mucho más profundas.


¿Por qué nos condenarán?
SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ, 10/10/2010

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