sábado, 11 de junio de 2016

Giordano Bruno

El modelo geocéntrico de Universo ideado por Aristóteles y adoptado por el astrónomo Ptolomeo dominó nuestra sociedad durante siglos. Situar a la Tierra en el centro de todo funcionaba bastante bien si de explicar los movimientos relativos de los astros se trataba, aunque precisara de ingeniosos pero ligeros ajustes matemáticos para entender el movimiento de los erráticos planetas vecinos. Además, encajaba todavía mejor con la ortodoxia religiosa cristiana, situando a la principal creación de Dios, el ser humano, en el ombligo universal. No había de qué preocuparse, ni tampoco pensar más de lo estrictamente necesario. Todo era un magnífico conjunto de esferas perfectas concéntricas hasta llegar al Cielo.
La revolución copernicana alteró el modelo. Conocido es que situó al Sol en el centro de un Universo finito, y relegó a la Tierra a un papel secundario. Ya no estábamos en el centro de todo ni éramos especiales en nada.


Giordano Bruno, Campo dei Fiori, Roma



Algunos fueron más allá de los postulados del precavido astrónomo polaco. Para el italiano Giordano Bruno el Universo era infinito, como infinito era también el número de mundos habitados girando en torno a infinitos soles. El concepto de Bruno no era en sí mismo herético. Fue propuesto en 1584, cuatro décadas más tarde que el modelo de Copérnico, y ya para entonces el danés Tycho Brahe –el astrónomo más reputado de su tiempo– abogaba por su propio modelo a caballo entre Ptolomeo y Copérnico.

La Iglesia no se pronunciaba todavía con vehemencia sobre cuestiones astronómicas, pero sí lo hacía –faltaría más– con las teológicas. Bruno negó a Dios como creador trascendente y eso le llevaría a la hoguera por herejía. Sin ningún miramiento, fue quemado vivo en Roma en el año 1600.

EL TRIUNFO DE LA MEDIOCRIDAD - Enrique Joven para @ELPAIS

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