JESÚS MIGUEL MARCOS
Más que una cuestión de derribar un sistema a pedradas, la estrategia era la de imaginar otro y cantarlo, hasta que su verdad se impusiera como un hecho consumado.
Dar un concierto durante el franquismo era algo similar a desembarcar en Normandía con una pistola y tres balas. No debía ser fácil abordar un recital cuando un administrativo del Gobierno ponía el sello de "censurado" en casi todas las canciones que iba a tocar un músico.
Las canciones, cuando el muro del franquismo comenzaba a agrietarse, adquirieron un inesperado poder, tanto que lograron incomodar a un totémico sistema dictatorial. Voz y música, dos elementos sonoros, físicamente inofensivos, produjeron alteraciones imprevistas en una sociedad que, sencillamente, perdió el miedo.
Los jóvenes, especialmente los universitarios, empezaban a escuchar lo que nadie les enseñó en la escuela: se exponían a un mundo cultural desconocido, poético, libre, esperanzador y combativo, con el aura de indestructibilidad que genera el saberse en posesión de la verdad.
"Doctor Feelgood no, que Franco está enfermo"
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