lunes, 19 de marzo de 2012

La Pepa, bicentenaria

"Si así lo hiciérais, Dios os lo premie; y si no, os lo demande."




“Cuando España alzó el grito de la independencia, sola entre las naciones del continente que habían sido ya esclavizadas o iban a serlo bien pronto, todos los amantes del bien volvieron admirados los ojos hacia ella…”.
José Blanco White




El año de 1808 fue un año bisagra para los españoles “de los dos hemisferios”, y aun para los lusitanos de ambos lados del Atlántico. Fue un parteaguas, al desencadenarse entonces, tras la invasión napoleónica, un proceso revolucionario que cambió alianzas, soberanías y Estados.

En España, con Carlos IV entregado a manos de los franceses, los españoles americanos sintieron que en sus manos había recaído la soberanía y si bien la proclamación de sus Juntas fue de lealtad a Fernando VII, ese ejercicio de autogobierno resquebró para siempre la condición de súbditos del Rey y dio nacimiento, para siempre, a la nueva condición de ciudadano, consustancial al liberalismo.

Convocada las Cortes, en Cádiz, en 1810, por vez primera se ejercía por el pueblo la nueva potestad constituyente. La representación abarcaba no sólo a los diputados de las provincias de España sino también a los de América.







En esas Cortes, dice Benedetto Croce en su Historia de Europa, nace el sentido político de la palabra liberal. En efecto, se plasman en leyes y textos constitucionales, todos los grandes principios: libertad de expresión del pensamiento, soberanía nacional, separación de poderes, libertad de conciencia, abolición de la Inquisición con todo su peso de oscurantismo… En esa ciudad sitiada por el ejército francés, bombardeada por los cañones del mayor artillero de la historia, amenazada por carencias y enfermedades, se soñaba un nuevo mundo y construir un nuevo régimen. Y así se hizo.







En España duró poco, por la traición de Fernando VII, pero aquella Constitución proclamada el día de San José (de ahí “la Pepa”) sobrevivió como programa político y hasta hoy sigue siendo una fuente de inspiración.

En América fue el camino para la Independencia. La literatura independentista, como es natural en tiempos de cambios revolucionarios, construyó una imagen de España pura oscuridad, pero felizmente la nueva historiografía, paso a paso, viene reparando esa errónea ausencia.

Pensar en lo que aquella gente hizo, en aquel momento y circunstancia, es una convocatoria a la voluntad de preservar su legado. Porque la filosofía liberal, entendida en su amplitud y profundidad, reclama constantemente de todos sus fieles. La herencia liberal incluye también códigos de cohesión social que fueron el natural desarrollo de su filosofía generosa, tergiversada por quienes, en su nombre y en su hora, pretendieron minimizar el Estado democrático y olvidar su rol de garante de los equilibrios de la sociedad.
Julio María Sanguinetti @ELPAÍS





Cómic La Pepa

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