Fue uno de los abanderados del realismo y un escritor social que denuncia en sus libros las desigualdades que se producían en la Inglaterra victoriana y especialmente el modo en que se explotaba a los trabajadores para conseguir la industrialización del país.
Otra de las obsesiones de Dickens es la lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial. En Oliver Twist se puede ver la forma en que la ley es cuidadosa con los fuertes y abusiva con los débiles. Su padre estuvo tres meses encerrado en prisión, por una deuda con un panadero que hoy equivaldría a 3,50 euros y que hizo que él fuese enviado a trabajar en una infernal fábrica de betún.
Su contemporáneo Carlos Marx dijo de él que "en sus libros se proclamaban más verdades que en todos los discursos de los políticos y los moralistas de su época juntos". Y sin ninguna duda, el autor de Grandes esperanzas es la mejor prueba de que Balzac estaba en lo cierto cuando dijo que las buenas novelas son la historia privada de los países.
Los libros de Dickens siguen contando la verdad: nuestro mundo no ha sabido mantenerse a flote porque no ha sabido ser ni solidario, ni ecuánime, ni flexible, y al final se ha quedado sin respuestas.
Hoy se cumplen 200 años de su nacimiento y nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo.
Dickens sigue diciendo la verdad
BENJAMÍN PRADO
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