sábado, 19 de junio de 2010

50 años en el mismo Apartamento





Es el retrato más penetrante, duro y compasivo que se ha hecho nunca de un trepa patético e indigno al que un amor no correspondido transforma en un hombre digno, capaz de despreciar su escalera hacia el éxito si éste le exige el envilecimiento moral. Billy Wilder nos habla con lenguaje inmejorable de las eternas relaciones de poder, de un degradado y astuto ratón que presta su casa para los juegos sexuales de los gatos con la esperanza de que éstos le devuelvan el favor admitiéndole en su gremio, de cómo un Robinson Crusoe urbano puede recobrar la esperanza de huir de la soledad al descubrir unas milagrosas huellas en el asfalto, del permanente desencuentro entre lo que se anhela y lo que conviene, del cochambroso esfuerzo que exige al desclasado astuto trepar a la montaña y la facilidad para que el poder le despeñe si en nombre de su honor se rebela contra la sumisión, de los seres genética y vocacionalmente adorables que solo pueden enamorarse de la persona equivocada, de cómo preparar unos espaguetis con la ayuda surrealista de una raqueta de tenis al ser amado para aliviarle la depresión por haber intentado suicidarse al comprobar que los reyes follan con sus enamorados vasallos pero no se casan con ellos, de la lacerante convivencia de miseria y grandeza, claudicación y rebeldía, resignación y sueños en algo tan complejo como la naturaleza humana, del dilema entre lo que aconseja el cerebro y lo que dicta el corazón. La épica que empapa al brioso aspirante a ejecutivo C. C. Baxter, entregando la llave que le permitía el acceso al lavabo de los directivos, a cambio de que el gran jefe no siga degradándole, tiene una grandeza a la altura de Homero.

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