Se presentaba con su media melena y su ceremonia. No besaba la mano a las mujeres. Ellas debían besárselas a él. Fue soberbio y efectista. Se colgaba las medallas que recibía por cada corte para que produjeran un rítmico chasquido en los conciertos. Suspiraba, tarareaba en alto, gritaba. Hoy, los contrariados públicos de los auditorios clásicos le abuchearían hasta quitarle esos hábitos.
JESÚS RUIZ MANTILLA
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