sábado, 24 de octubre de 2009

La última palabra de Juan Negrín

Le atacaron los vencedores y también los vencidos. Le llamaron desde el Churchill español a vendido a la URSS. Medio siglo después de su muerte, Juan Negrín habla desde el archivo de quien fue el último jefe de Gobierno de la II República

NATALIA JUNQUERA 16/11/2008

En el sótano de una casa de varios pisos, bajando unas escaleras y al final de unas galerías abovedadas que recuerdan a los refugios de guerra de las películas, cerrado con llave, está el Archivo J. N. L. Hay múltiples paquetes de documentos. Uno atado con un lazo de los colores de la República en el que se lee "Reservado". Otros muchos envueltos en papel de periódico de 1939. Dentro, documentación oficial, correspondencia personal, textos y fotografías que Juan Negrín (Las Palmas, 1892-París, 1956) quiso conservar durante toda su vida. Y cientos de libros: en idiomas muy diferentes -"El abuelo hablaba diez", presume Carmen Negrín. "Cuando murió, en 1956, estaba aprendiendo chino y árabe porque decía que eran los idiomas del porvenir", añade-. Los libros no son novelas. Hay decenas de tomos sobre Política exterior en la prensa franquista, espionaje y manuales para traducir mensajes cifrados -"De pequeños, a mi hermano y a mí nos fascinaban las historias de tinta invisible que nos contaba"-.



Y entre todo eso, documentos que prueban que el envío del oro de la República a Moscú no fue un capricho de Negrín para complacer a los rusos, como le acusó un sector del partido socialista, sino una decisión del Consejo de Ministros del 6 de octubre de 1936. O que aquel esfuerzo titánico, nunca comprendido por su ministro de Defensa, Indalecio Prieto, de resistir hasta el final de la guerra, obedecía a la información que le transmitían desde Alemania antiguos compañeros de estudios sobre la inminencia de una Segunda Guerra Mundial y su convencimiento de que, en esa lucha de las democracias contra el fascismo, las potencias que no habían querido ayudarle a luchar contra Franco, convertidas en aliadas, les harían vencedores.

Antes de ingresar en el PSOE, en 1929, y ser diputado durante tres legislaturas, Juan Negrín había sido un brillante científico, maestro del Premio Nobel Severo Ochoa. Le esperaba una prometedora carrera como investigador, una vida cómoda. Pero eligió otra. Nunca tendría tiempo de disfrutar de esa vocación política. Llegó muy lejos en muy poco tiempo: fue ministro de Hacienda, de Defensa y jefe del Gobierno, pero lo fue al principio, durante y al final de la Guerra Civil, lo que convirtió para siempre al doctor Negrín en el retrato del gran perdedor de la contienda.

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